Jugando no sólo aprendemos cosas, sino que crecemos armónicamente en todas las áreas del desarrollo motriz, cognitivo, afectivo y social. Jugando aprendemos a enfrentarnos a retos, ser pacientes, ponernos en el lugar del otro, respetarlo y valorarlo. Aprendemos cuáles son nuestras capacidades y nuestros límites, superamos dificultades y, en definitiva, aprendemos a vivir y convivir.
Es por eso que jugar no sólo es una actividad para entretener, sino que también es un derecho, recogido en el artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas. Y para recordarlo y poner medios para garantizar que todos los niños tengan acceso a espacios y momentos de juego de calidad, el 28 de mayo celebramos el Día del Juego.
Pero jugar no sólo es un derecho de los niños, sino que es una actividad saludable, relajante y placentera a lo largo de toda la vida. Jugar es vital para los adultos porque conforma una cierta actitud ante la vida: una actitud lúdica, libre, con capacidad de disfrutar de la vida, de abrirnos al misterio y a la belleza, y cultiva la pura pasión de vivir.
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