José Antonio Luengo es Licenciado en Psicología, experto en psicología educativa y en intervención en centros educativos problemáticos. En la actualidad es miembro de la Unidad de Convivencia y Contra el Acoso Escolar de la Comunidad de Madrid y Secretario de la Junta de Gobierno del Colegio de la Psicología de Madrid. Recientemente, ha coordinado el curso “La escuela en tiempos de confinamiento: impacto psicológico y papel del profesorado. Curso 2019-2020”.
Uno de los objetivos del curso era conocer las consecuencias del confinamiento en la población escolar. ¿Cuáles son estas consecuencias?
Algunas ya las hemos visto y otras las veremos más tarde. Esta pandemia ha generado unos miedos, además de un confinamiento que ha significado grandes cambios en las vidas de las personas. Ha habido impactos psicológicos muy poderosos y algunos niños y adolescentes han presentado sintomatología como cuadros de ansiedad, nerviosismo, pérdida de interés, trastornos del estado de ánimo, etc. Pero también es probable que afloren situaciones de estrés postraumático, que como su propio nombre indica, aparecen después del trauma, cuando parece que la situación se ha normalizado y uno acaba “bajando la guardia”, impactado por el dolor y el agotamiento psicológico. Incluso podemos hablar, en algunos casos, de una sutil alteración de la propia identidad. La situación vivida ha llevado a muchos niños y niñas a cuestionarse casi quiénes son, quiénes son sus amigos, qué va a pasar con ellos el próximo curso escolar…
Se tiende a pensar que los niños se adaptan muy bien en general a todos los cambios. Pero esto no es verdad y oculta una cruda, en ocasiones, realidad; a los niños también les afectan este tipo de situaciones. Lo que ocurre es que manifiestan los efectos de manera diferente a los adultos, por ejemplo, con irritabilidad, desinterés por las rutinas habituales y cambios bruscos de comportamiento.
De todas formas, hay que tener en cuenta que la población es tremendamente diversa y la infanto-adolescente no es una excepción, por lo que se hace difícil contestar de manera general. Cada persona tiene sus circunstancias y algunas son más favorables que otras (dentro de lo complejo de la situación).
¿Cómo afecta esto a los profesores y profesoras?
Los profesores son personas y, claro, también se han visto afectados de manera sensible. Como nos ha pasado a todos. Además de su trabajo en la actividad lectiva no presencial, el profesorado ha desarrollado una labor de contención emocional sin precedentes y, a mi modesto entender, muy poco valorada y tenida en cuenta por la sociedad. Muchos, por ejemplo, han tenido que atender situaciones de duelo en sus alumnos, que han perdido a familiares y personas cercanas. Los tutores han desarrollado una labor de cuidado y atención emocional de sus alumnos y alumnas que es difícil describir con palabras, escuchando y compartiendo emociones. Muchos padres han compartido también con el profesorado los cambios y efectos que observaban en sus hijos. Una labor de cercanía y sensibilidad incuestionable.
Cuando se ha solicitado nuestro asesoramiento, a lo largo de estos meses hemos procurado orientar a los profesores para dar respuesta a este tipo de situaciones (siempre en el marco de sus funciones y responsabilidades y dentro de sus posibilidades); todo ello, intentado empatizar, asimismo, con sus propios sentimientos y emociones. Los profesores que han sabido y podido conectar con ese mundo emocional de sus alumnos han realizado una labor fantástica.
Otro de los módulos hacía referencia al autocuidado del profesorado y la conciliación de su vida familiar y profesional. ¿Cuáles son sus recomendaciones en este sentido?
La situación personal influye en cualquier profesional, de cualquier ámbito. Por lo general, podremos hacer mejor el trabajo siempre que esta situación personal sea favorable. Por eso es importante cuidarse. En el caso de los profesores y profesoras, una de las recomendaciones es que cuiden los tiempos. Muchos han dedicado más horas de las que dedicaban habitualmente a su trabajo y han permanecido todo el día con la mente ocupada. Por eso hay que establecer rutinas y tiempos claros (hay momentos en los que se tiene que dejar de consultar el correo electrónico). Cada uno debe valorar las necesidades que tiene en lo personal, en su propia casa, etc. Y darle valor a esto (el tiempo que necesitan también en casa). Por lo general, hemos detectado un problema de sobreexigencia. Cuando esta viene de fuera hace daño, pero cuando viene de dentro puede llegar a ser especialmente abrasiva.
A ello hay que sumarle otras situaciones que han podido llegar a “superarles”, como la atención ya señalada a alumnos que han perdido a seres queridos y han dejado de seguir adecuadamente la actividad lectiva… O alumnos descolgados por no contar con los medios y recursos tecnológicos precisos, etc. Todo ello ha generado mucho desasosiego y malestar.
Ante la incertidumbre que existe ahora mismo respecto al curso que viene, ¿qué recomienda a los maestros?
Nos aproximamos a una experiencia de la que desconocemos aún muchas claves. Casi todas. Pero la evidencia científica desarrollada sobre los efectos emocionales y psicológicos de la pandemia y el confinamiento son incuestionables. Llegan tiempos en los que van a aflorar efectos indeseables en todos los miembros de las comunidades educativas. Y hemos de prepararnos para ello. Por nuestra parte, se han preparado y remitido a todos los centros educativos unas orientaciones para los centros, tanto de final de curso como de inicio del próximo curso, que esperemos sean de utilidad.
Durante el confinamiento se han seguido produciendo casos de acoso escolar. ¿Cómo detectarlos cuando el acoso es online?
En la unidad en la que trabajo como psicólogo, hemos seguido recibiendo avisos por parte de los centros sobre algunos casos que eran detectados por los padres de los alumnos. Han seguido pendientes de lo que los alumnos contaban, al igual que cuando están en la actividad lectiva presencial en el centro educativo.
El acoso escolar se detecta sobre todo cuando el niño decide contarlo. Si no lo cuenta, siempre es más complicado detectarlo. Aunque el comportamiento también nos puede ayudar, por ejemplo si detectamos tristeza, sufrimiento, apatía, cambios significativos en su comportamiento. No obstante, en esta situación de pandemia ha sido, lógicamente, más difícil interpretar a qué son debidas determinadas emociones y sentimientos; si es por no ver a sus amigos o no salir a la calle, o porque realmente pueda estar sufriendo una situación de acoso escolar.
¿Cómo pueden mejorar las escuelas la detección y respuesta a estos casos?
Existen protocolos contra el acoso escolar tasados y documentados, con actividades de prevención, medidas de detección y de intervención muy referenciadas. Abrir canales de confianza es básico para que los alumnos expresen lo que sienten y pueden estar sufriendo… La respuesta de los centros es, indudablemente, cada vez más sensible y notable.
¿Qué le ha llevado a orientar su carrera profesional hacia la Psicología Educativa y hacia este tipo de conflictos?
No lo tengo muy claro. Pero sí puedo señalar un hecho que tuvo una influencia notable, creo. Cuando yo tenía 10 años mi padre falleció y ahí conocí el dolor y el sufrimiento de una pérdida de esa naturaleza. Pero también descubrí que hay personas que te ayudan a superarlo. Que saben acoger tus necesidades y acompañarte emocionalmente. Estoy absolutamente convencido de que aquello marcó mi vida, en muchos sentidos. Junto al cariño, atención y cuidado por parte de mi familia, claro, y de algunos profesores. Esta experiencia ha venido muchas veces a mi cabeza y guardo en mi corazón ese agradecimiento que formó parte de mi vida durante la adolescencia. Recuerdo expresamente a un profesor un día que me encontraba llorando durante el recreo… Nunca olvidaré cómo se sentó a mi lado y lo que me dijo. Al igual que algunos amigos, que, creo, supieron entenderme y acompañarme. Esa relación de acompañamiento fue fundamental.
En esas situaciones o creces o te hundes. Creo que yo crecí en buena parte gracias a las personas que me ayudaron.
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