Toni García Arias es maestro y director del colegio Joaquín Carrión de San Javier (Murcia). Ha dirigido varios proyectos de innovación educativa y escrito diversos libros sobre educación. En 2018, recibió el premio a Mejor Docente de España de Primaria.
Tú mismo cuentas que durante tu etapa de estudiante te calificaban como “fracasado escolar”. ¿Qué opinas de este tipo de etiquetas?
Las etiquetas en la infancia son siempre negativas. Influyen en la confianza, la autonomía y la autoimagen que van creando los niños y, en algunos casos, son determinantes. Si te dicen continuamente que no vales para estudiar, poco a poco asumirás que no vales para estudiar, aunque no sea cierto. En el otro extremo, si te dicen que eres un niño con una alta capacidad y que esperan mucho de ti porque estás destinado a salvar el mundo, también puede ser contraproducente si no lo sabemos gestionar correctamente. Cuando un niño tiene una etiqueta determinada, por lo general, termina ajustando su comportamiento a dicha etiqueta. Muchas veces, detrás de eso que denominamos fracaso escolar no hay una falta de capacidad del alumno, sino una madurez tardía, desmotivación por no poder alcanzar un nivel que es demasiado elevado o un modo de evaluar a nuestros alumnos que está equivocado. Cuántas veces, por ejemplo, dejamos de valorar en la escuela habilidades necesarias para el éxito en los estudios o en la vida, como la constancia, la capacidad de sacrificio, la resistencia a la frustración, la empatía, la capacidad de liderazgo, o también las cualidades artísticas o deportivas, que siempre están infravaloradas en favor de otras asignaturas como lengua y matemáticas que, siendo fundamentales, no son exclusivas.
¿Qué te llevó a ser profesor?
Cuando tenía 18 años yo quería ser de todo: desde policía a bombero, pasando por piloto de aviación o bróker y llegando hasta psicólogo, arquitecto o futbolista. Todo me gustaba. Cuando hice selectividad, decidí estudiar Empresariales, porque me atraía el mundo de la empresa y de las inversiones. Sin embargo, lo que me enseñaban en la facultad no acabó de atraerme, porque no tenía mucho que ver con lo que yo esperaba, así que antes de perder el tiempo y el dinero, decidí dejar la carrera. Entonces, como siempre había tenido una buena relación con los niños y mucha gente me decía que se me daría muy bien, decidí estudiar Magisterio. En cuanto descubrí la psicología, la didáctica y la sociología, y la influencia que la educación tiene en las personas y en las sociedades, me enamoré de la carrera. Por eso, yo siempre digo que la vocación es importante, pero que puede ser una vocación de infancia o una vocación tardía. Y que la vocación, por si sola, no te convierte en un buen docente si no va acompañada de muchas y muchas horas de formación, lectura, experiencia y análisis.
¿Te has visto reflejado en algún alumno? ¿Cómo actúas en ese caso?
Reflejado como tal, no. Sí que he visto muchos aspectos de mí en algunos de mis alumnos. Lo que sí te puedo decir es que mi experiencia como fracasado escolar y mi periplo como alumno por 15 colegios diferentes me ha ayudado a conocer mejor a los alumnos. Por lo general, por mi modo de trabajar en el aula y por la confianza que dicen que les transmito, conozco muy bien a mis alumnos: sus miedos, sus deseos, sus envidias, sus motivaciones, sus problemas con familias y con amigos, sus frustraciones, y todo eso hace que, de alguna manera, sepa cómo establecer estrategias de aprendizaje y motivacionales individualizadas para cada uno de ellos. Mi principal objetivo es que todos mis alumnos puedan seguir aprendiendo, sea cual sea su punto de partida. No es necesario que todos los alumnos aprendan las fracciones el 10 de noviembre de 2020. Unos las aprenderán ese día y otros, más tarde. Por eso, cuando tengo alumnos con baja motivación o con un nivel madurativo que le impide seguir el ritmo de clase, como me sucedía a mí, o que tienen dificultades en algunos aspectos, lo primero que hago es adaptar todo lo que haga falta para que estos alumnos no se sientan fracasados ni peores que nadie. Y, sobre todo, que sigan amando aprender.
¿Cómo conseguiste ser reconocido como Mejor Docente de España de Primaria?
Lo primero que hay que señalar es que, para poder conseguir este premio, debes ser nominado por padres, alumnos o exalumnos, algo muy importante, ya que son ellos los que directamente reciben tu trabajo y, además, se elimina el factor del amiguismo, que es algo muy desagradable cuando se dan premios. Una vez que eres nominado, se ponen en contacto contigo para que envíes, si quieres optar al galardón, todos tus méritos. Estos méritos son valorados ajustándose a unas bases que están publicadas en la web y que corresponden a criterios muy claros en diferentes ámbitos: libros publicados, artículos publicados, investigaciones realizadas, proyectos de innovación, actividades solidarias, uso de redes sociales, etc. En mi caso, tengo varios libros de educación, publico artículos de manera habitual, he realizado proyectos de investigación e innovación educativa que, además, han sido premiados, soy muy activo en redes, organizo eventos educativos y actividades solidarias y he dedicado gran parte de mi vida, tanto profesional como personal, a la educación. Eso hizo que, en la puntuación final, casi alcanzara la máxima. Obviamente, estoy muy feliz y agradecido por haber recibido este galardón y es un orgullo, lo cual no significa que te creas el mejor (lo digo por aquellos que siempre critican este premio). Además del galardón en sí, gracias a este premio, muchos padres y exalumnos que hacía años que no veía se pusieron en contacto conmigo a través de diferentes vías para felicitarme, recordando sus años conmigo, lo cual fue una experiencia muy emotiva e inolvidable.
Eres partidario de variar las metodologías porque no todos los alumnos aprenden de la misma forma. ¿Cómo lo haces? ¿Qué metodologías usas?
En la actividad física, si evaluamos y calificamos solo la resistencia, los alumnos más veloces sacarán peores notas. Por el contrario, si solo evaluamos y calificamos la velocidad, los alumnos con mayor resistencia sacarán peores notas. Esto mismo sucede en el resto de las asignaturas. Hace unas décadas, cuando solo se evaluaba y calificaba casi en exclusividad la capacidad memorística, los alumnos más teóricos sacaban muy buenos resultados, mientras que los alumnos más pragmáticos tenían más dificultades. Además, tal como se daban algunas materias, estos alumnos eran capaces, por ejemplo, de memorizar ejercicios de matemáticas y sacar un 10 sin saber realmente matemáticas. Hoy en día, hemos girado al lado contrario; hacia la monopolización del aprendizaje cooperativo y las metodologías activas. Siendo estas metodologías muy válidas, su uso casi exclusivo provoca, al contrario de lo que sucedía antes, que los alumnos más teóricos y reflexivos ahora se sientan más incómodos. Por ello, yo siempre realizo dentro de mi aula diferentes metodologías para no primar solo a un tipo de alumnado. Los más extrovertidos deben hacer teatro, pero los más introvertidos, también. Y los más activos, que disfrutan con la experimentación, pueden realizar proyectos y experimentar, pero también deben aprender a teorizar, memorizar y reflexionar de manera individual. Hay que ofrecer a los alumnos diferentes contextos de aprendizaje para que se acostumbren a todos y establezcan así diferentes estrategias de aprendizaje según el contexto, y no solo reforzarle en exclusividad el modelo en el que se sientan más cómodos.
Recientemente, el confinamiento ha motivado que se tuvieran que buscar nuevas formas de enseñar. ¿Cómo has vivido esta etapa?
Lo primero que digo siempre cuando me realizan esta pregunta es que la educación infantil, primaria y secundaria debe ser presencial. El alumnado de estas etapas no tiene todavía ni la autonomía ni la capacidad organizativa del tiempo y del trabajo suficiente para autogestionar su propio proceso de enseñanza y aprendizaje. El hecho de cambiar la educación presencial por la telemática ha sido algo obligado por la situación, pero no es en absoluto ni deseable ni positivo, ya que la educación en estas etapas no se hace de wifi a wifi, sino de mente a mente, de piel a piel y de corazón a corazón. De hecho, uno de los grandes problemas que ha provocado este confinamiento no ha sido solo que los alumnos no hayan podido adquirir los conocimientos establecidos para el tercer trimestre, sino que se han visto perjudicadas gran parte de las habilidades sociales y no cognitivas que afectan, y mucho, al propio proceso de enseñanza-aprendizaje y que solo pueden desarrollarse en contextos de interacción con otros compañeros.
¿Cómo os habéis adaptado a esta situación en vuestro centro?
En nuestro centro, lo primero que realizamos en cuanto nos informaron del confinamiento inmediato, fue un plan de urgencia para poder llegar a todas las familias. Hay que tener en cuenta que mi colegio tiene un 60% de alumnado inmigrante y un nivel socioeconómico medio-bajo, por lo que las dificultades son muy elevadas. Sin embargo, alcanzamos a prácticamente la totalidad del alumnado, lo cual fue muy satisfactorio. Luego, a través del correo electrónico y de varias plataformas educativas que ya llevábamos en el aula y otras que incorporamos, mantuvimos las clases telemáticas de una manera bastante equilibrada. He de señalar que tuvimos también una especial atención al alumnado con necesidades, ya que tenemos un porcentaje elevado de ACNEE y alumnos con riesgo de exclusión social, y nuestro equipo de atención a la diversidad tiene una amplia experiencia en este terreno.
Uno de tus libros lleva por título “Hacia una nueva educación”. ¿Cómo es esa nueva educación?
La educación siempre estará en crisis, porque la educación siempre va a remolque de los cambios sociales. Hace varios siglos, los cambios sociales eran muy lentos, sin embargo, con la globalización y las nuevas tecnologías, los cambios sociales en la actualidad son constantes. Por eso, cuando hablo de una nueva educación me refiero a la necesidad de reformular una metodología y un currículo que les ofrezca a nuestros alumnos las mejores herramientas para poder afrontar con posibilidades de éxito los diferentes avatares educativos, profesionales y vitales a los que se tendrán que enfrentar.
¿Cuáles son esas herramientas?
Fíjate; un niño que se matricule hoy en infantil de 3 años entrará en la carrera universitaria en el año 2035 y, si todo sale bien, accederá al mercado laboral en el año 2039. Estoy absolutamente convencido de que el año 2039 se diferenciará del actual en muchísimos aspectos, tanto culturales como tecnológicos y laborales. Por eso, debemos ofrecer a nuestros alumnos las herramientas que creemos que serán necesarias para ese año 2039: conocimientos, por supuesto, pero también habilidades sociales y emocionales y valores. Nuestro currículo actual no ofrece esas herramientas, por eso, hay que replantearse seriamente este currículo excesivo y estresante que padecemos, con contenidos que, muchas veces, los mantenemos exclusivamente por una razón emotiva, ya que les tenemos cariño porque nosotros los estudiamos, pero que en la actualidad son prescindibles porque ya no son aplicables ni útiles.
¿A qué tipo de contenido te refieres?
¿Es realmente necesario que alumnos de 10 años sepan realizar manualmente una raíz cuadrada? Seguramente, no. Quizá pueda explicarse en cursos superiores como algo anecdótico por su importancia, pero no a los 10 años. ¿Es realmente necesario que alumnos de 8 años estudien lo que son las vellosidades intestinales o las mitocondrias? Pues seguramente, tampoco, porque a esas edades lo más probable es que lo olviden a los pocos días. Por eso, uno de los problemas más urgentes a los que debemos enfrentarnos en educación es la revisión completa del currículo, con la eliminación de cientos y cientos de contenidos y la inclusión de otros más actuales que sirvan no solo para memorizarlos, que es el primer paso del aprendizaje, sino también para analizar, comparar, aplicar, discernir, inferir, verificar, relacionar, estimar y toda esta serie de acciones que, por lo general, no tiene cabida en la escuela. En mis charlas, siempre digo que la memorización es importante, porque sin memoria no hay aprendizaje, pero que, en educación, la memorización debe tener una finalidad funcional. Por ejemplo, está claro que es importante conocer los datos y fechas fundamentales de la revolución francesa y de la revolución rusa, pero todo ello debe servirnos no solo para plasmarlos en un papel llamado examen, sino para poder establecer comparaciones y diferencias entre dichas revoluciones y analizar por qué se producen este tipo de acontecimientos. Ahí es donde se produce el verdadero aprendizaje.
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