Lola García-Ajofrín es periodista y autora de “Gigantes de la educación. Lo que no dicen los rankings”, un libro que recopila las entrevistas y los reportajes que hizo durante cuatro años en 11 países distintos y que se traducen en varias historias inspiradoras sobre educación. Hemos hablado con ella para saber más sobre la experiencia y lo que encontró en esos fascinantes viajes.
En el libro recoges historias de personas que han destacado por su aportación para mejorar la educación. ¿Cuál te sorprendió más?
Es difícil elegir. Hay muchas vivencias en esas páginas. Pero una de las entrevistas que considero más especiales es la de los antiguos estudiantes de la escuela para niños negros de Farmville, Virginia (Estados Unidos), a los que entrevisté en el 60 aniversario del fin de la ley ‘Separados pero iguales’, la doctrina jurídica que permitía que en EE.UU hubiera escuelas solo para blancos y solo para negros, excusándose en que si las instalaciones para unos y otros eran iguales, no violaban la decimocuarta enmienda. Estuvo en marcha entre 1896 y 1954, hasta la sentencia del Tribual Supremo de 1954 conocida como Brown contra la Junta de Educación de Topeka. Gracias a la sentencia, localicé a la hija del demandante, Oliver Brown, que aún vive. Ella fue la que me habló del colegio de Farmville, donde en los 50 organizaron una huelga por las pésimas condiciones del centro, consiguieron el apoyo de más organizaciones, acabaron en el Tribunal Supremo y sin proponérselo, cambiaron la historia. Contacté a la escuela, que hoy es un pequeño museo en un pueblo de Virginia y allá que me fui, a Farmville. Pero como decía, son muchas las personas del libro que me han marcado.
¿Por ejemplo?
Es un lujo leer al profesor Kai-ming Cheng, de la Universidad de Educación de Hong Kong, cómo explica la influencia del ‘Examen civil’ en las que llama “las culturas palillos”. Como viajes especiales, diría que Afganistán, donde entrevisté desde a boxeadoras a parlamentarias o a una profesora que daba clases a escondidas durante el período talibán. Mujeres muy fuertes. Entre las entrevistas a políticos, a la canciller de Educación del gobierno de Nueva York, Carmen Fariña, que me pareció una persona muy comprometida. A nivel pedagógico es muy interesante cómo trabajan en la Blue School, una escuela laboratorio de Nueva York, en la que defienden que la creatividad se puede enseñar y que cuidan hasta el último rincón del edificio porque están convencidos de que “el espacio es el tercer profesor”. Como inspiración, las Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela del Maestro Abreu, que creía que cuando entregas a un niño de un entorno marginal un instrumento, lo que le estás dando es un arma para salir de la pobreza. Y tal vez, como sorprendente, la historia de los huérfanos de Etiopía que se subieron a un barco sin saber donde quedaba Cuba y allí se formaron como doctores. Os invito a leerla en el libro.
¿Cómo reuniste todas estas historias?
Empecé en 2012. Trabajaba en un semanario sobre educación, el Periódico Escuela, y antes había trabajado para otro periódico de temática educativa, Magisterio, desde 2008, por lo que había pasado varios años leyendo y escribiendo sobre informes y rankings y sentía la necesidad de dar un paso más, conocer a las personas y contextos detrás de esas cifras. Dejé el trabajo, compré un billete de avión y creé un blog. Visto ahora en la distancia, el único plan que tenía es que me lanzaba a la aventura sin plan. El nombre de «Gigantes de la educación» lo tuve claro desde el principio y también las primeras paradas; Cuba, Corea del Sur, Hong Kong y Singapur, por sus resultados educativos. Pero al final, fueron los viajes y entrevistados los que dieron forma al libro.
¿Por qué lo dices?
La idea inicial era regresar con una especie de fórmula mágica y una vez allí, me di cuenta de que en cada sitio existían elementos mucho más complejos y que los gigantes no eran los sistemas sino los profesionales detrás de ellos. ¿Cómo medir el papel que desempeñaban las muchas horas de estudio en academias extraescolares en algunos sistemas asiáticos o la presión de las familias? y, lo que es más importante, ¿realmente queremos convertir la educación en eso?, ¿se puede implantar en una escuela de Kabul la revolucionaria metodología de un colegio para hijos de artistas de Manhattan que cuentan con todo el apoyo y enseñanza formal en casa?
Y la idea inicial cambió…
Decidí que este sería un libro sobre educación pero sobre todo, sobre personas. Para inspirar más que para imitar y un reconocimiento para los auténticos artífices de la educación, que son los profesores. Por eso incluí en la lista países como Afganistán, Venezuela o Etiopía, que puede que queden a la cola de todas las comparativas internacionales, pero en los que también hay iniciativas y profesionales muy interesantes. Presenté el proyecto a Fundación Telefónica, les interesó y editaron y publicaron el libro “Gigantes de la educación. Lo que no dicen los rankings” (Fundación Telefónica, 2017), como una recopilación de los mejores reportajes y entrevistas de esos años. Le agradezco a Fundación Telefónica que convirtieran la idea en libro, así como al periódico Escuela, con los que continué colaborando durante todos esos años y donde publiqué muchos de mis reportajes sobre educación por el mundo. Ambos hicieron posible esta aventura.
¿Qué te impulsó a viajar y a escribir este libro?
Como periodista, diría que me cambió el verano de 2011. Aproveché las vacaciones en el periódico para realizar con otro periodista, Alberto Mélida, el proyecto: ‘La ruta de los indignados’, un recorrido con entrevistas y reportajes en el terreno en algunos de los escenarios de las protestas que habían tenido lugar en esos meses, empezando en Sidi Bouzid (Túnez) y continuando por Egipto, Portugal y Grecia. Cuando regresé al periódico, en septiembre, supe el periodismo que quería hacer y no era en una oficina. Ese año también conocí a una persona muy especial que incentivó mis ganas de hacer periodismo, el periodista Enrique Meneses, que decía que “primero viene la idea y luego el dinero” y con el que participé en la genial locura de montar una televisión en su salón: Utopía. En ese contexto, sentí que quería utilizar el aprendizaje de esos años sobre educación y hacer periodismo en el terreno con ello.
“Lo que no dicen los rankings”, este subtítulo nos da pie a otra pregunta… ¿Qué opinas de los rankings sobre educación?
Creo que existen informes y evaluaciones con datos muy interesantes que en los últimos años han conseguido que nos interesemos por lo que ocurre en educación en otros países y eso es algo bueno. Lo arriesgado es reducir la educación a un ranking, simplificar realidades tan diversas en una clasificación y convertir la enseñanza en la competición por una nota. Existen realidades, situaciones y alumnos tan diversos y complejos que no pueden reducirse en una posición en una lista. Los que mejor lo saben son los maestros.
¿Por ejemplo?
Cuando pienso en rankings me viene a la cabeza un estudiante que conocí en la Alianza Francesa de Dire Dawa, en Etiopía. Iba cada tarde a estudiar francés después del colegio. Vestía el uniforme de una escuela pública, como algunos niños de la zona. No conocía su edad, pero por su aspecto diría que rondaba los 50 años. Después supe que había sido pastor, que abandonó el país durante la guerra con Somalia, que nunca pudo estudiar y que tras muchos años, regresó a su tierra y se inscribió en un colegio. Le pidieron que vistiera uniforme, de pantalones y polo amarillo, como el resto de alumnos. Siempre quiso aprender francés y ahora, tras muchos años y kilómetros recorridos con el bastón, también lo hizo. Por eso, aquel hombre canoso vestía uniforme. No sé la puntuación que obtendría si un día apareciera en un ranking pero su historia es uno de los ejemplos de superación más maravillosos que encontré en mis viajes. El subtítulo del libro hace alusión a personas como él, a iniciativas o profesionales que forman parte de esa realidad tan rica y compleja que es la enseñanza. Ya sea una maestra que arriesgó su vida dando clases a escondidas a las niñas en Kabul; los jóvenes de un instituto del Bronx que escriben poesía en el móvil o un profesor, en una clase cualquiera en España que se esfuerza cada día para que sus alumnos aprendan. Quizás habría que preguntar más a los maestros y mirar menos al ranking.
Cada vez son más los que apuestan por evaluar sin exámenes o no poner notas numéricas. ¿Te parece acertado?
Desde hace mucho tiempo existen iniciativas que creen en la evaluación para el diagnóstico y no para la clasificación. Lo interesante es que mientras en esta parte del mundo cada vez estamos más obsesionados con los exámenes y las evaluaciones, en Asia Oriental, que adolece de un sistema demasiado rígido y muy enfocado al examen, están intentando reducir el peso de los exámenes.
Has entrevistado a una veintena de ministros de Educación de diferentes países y eres buena conocedora de la educación en el ámbito internacional. En tu opinión, ¿qué países tienen las mejores políticas educativas?
Creo que cada realidad determinada necesita respuestas concretas. Por ejemplo, en Brasil, una de las políticas que se considera más exitosa fue el programa Bolsa Familia, que consiste en conceder una compensación económica a las familias de menos recursos siempre y cuando los niños asistan a clase. Para el libro entrevisté al presidente del Instituto Nacional de Investigaciones educativas de Brasil, que recordaba que con programas como Bolsa Familia o Brasil sin Miseria, 36 millones de brasileños habían salido de la extrema pobreza. Esa fue una respuesta concreta para una realidad concreta. En Singapur, donde no existen problemas de absentismo, no tendría sentido esa medida, sin embargo, han puesto en marcha la iniciativa “Enseñar menos, aprender más”, que en otros lugares parecería una locura. Pero allí, como en otras partes de Asia Oriental, tienen el problema contrario; niños muy ocupados sin apenas tiempo libre que asisten a academias privadas antes y después de clase y sobrecargados de deberes. Como dice Richard Gerver, que escribe el prólogo del libro, lo que tendríamos que preguntarnos y preguntarle a los políticos es cómo queremos que sean nuestros hijos cuando acaben sus estudios y trabajar por ello.
Si estáis interesados en leer el libro, lo podéis encontrar aquí.
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